¿Dónde nacen los monstruos?

Héctor Antón

Este miércoles, como parte de FANTAELX, ha comenzado la VII edición del Congreso Internacional de género fantástico, audiovisuales y nuevas tecnologías.

Durante esta primera jornada se han presentado muchas propuestas, la mayor parte de ellas relacionadas con el tema principal del festival: el folk horror. Así que, como ya os estaréis imaginando, dentro de estos estudios se han nombrado en múltiples ocasiones —quizá demasiadas— The Wicker Man (Hardy, 1973) y Midsommar (Aster, 2019). Aunque estas dos películas no han sido lo único que se ha repetido dentro de las presentaciones, ya que ha habido un tema en particular que, a mi parecer, ha sobresalido del resto. Hablo, cómo no, de algo fundamental en las historias de fantasía y terror: los monstruos.

Una de las comunicaciones ha comenzado con un análisis —realizado por Germán Piqueras Arona— que conecta directamente con el primer día de FANTAELX y la proyección de La matanza de Texas (Hooper, 1974). Se ha centrado en el famoso homicida Ed Gein y su impacto en la cultura popular, en concreto, sobre su influencia en personajes dentro del género de “terror rural”. Este personaje tiene una cantidad exorbitante de elementos que se han incrustado en el imaginario colectivo: la obsesión que poseía por su madre, su procedencia rural, los muebles y disfraces que fabricaba con cadáveres, etc. No es sorprendente que con estas cualidades la figura de Ed Gein haya inspirado a muchos autores y autoras a la hora de crear sus monstruos a partir de uno real. Lo malo es que, con el tiempo, las múltiples reinterpretaciones de la persona lo han transformado en un personaje, hasta tal punto que uno no sabe ya cómo era realmente él. Solo sabemos que nos interesa y le tememos porque es real, aunque no sepamos distinguir cuánto de él es ficción. ¿Hasta qué punto es ético tomar tanta inspiración en una persona real? Ni idea, lo que sé es que los maníacos que salen de él funcionan en el público.

Por otro lado, no hace falta inspirarse en una persona real para crear una criatura que asuste. Solo hay que mirar a nuestro alrededor y fijarse en los mitos que nos rodean, en nuestro folklore. De esto justo han hablado la mayor parte de las propuestas: de la reinterpretación de dioses como Pan, de tradiciones como el carnaval gallego, creencias como el exorcismo y —cómo no— del uso de criaturas fantásticas que llevan en nuestra cultura siglos.

En la presentación de Jorge Zarauza Castro se ha tratado la representación del licántropo dentro del cine español usando de referencia dos películas: El bosque del lobo (Olea, 1970) y Romasanta: La caza de la bestia (Plaza, 2004). En ambas películas se puede ver un claro ejemplo de cómo la criatura ha evolucionado en los más de treinta años de separación entre las cintas. No solo en la técnica de las películas, ya que el hombre lobo a las audiencias de los años 2000 no les habría dado tanto miedo si hubieran tenido las actuaciones, la escasez de violencia explícita y el ritmo de una cinta de los setenta. También hay que tener en cuenta que la cinta del 2004 tuvo un enfoque diferente, más actual, ya que el licántropo era un hombre normal, incluso atractivo, que no desentonaba entre la multitud —lo contrario sucede en La caza de la bestia—, además de que su justificación a la hora de existir era más científica que fantástica, ya que el pensamiento místico de la población se había reducido junto a su miedo a este. Con esto podemos deducir fácilmente que el monstruo para aterrar depende mucho del contexto histórico.

Por otra parte, Guillermo González Fernández ha compartido  su interpretación acerca del vampirismo dentro del anime Shiki (Amino, 2010), en el cual no solo reflexiona sobre el significado de la serie y el cómo subvierte las expectativas, sino también acerca de la interpretación única que tiene Japón sobre los vampiros, comparando la serie con Salem’s Lot (Hooper, 1979), su directa inspiración. La principal diferencia entre ambos monstruos es la forma que tienen los orientales de retratar al vampiro, les aterra más que sea amoral que un monstruo malvado, así que, debido a esto, es más común que sus vampiros dañen por inconsciencia y hambre, en vez de por malicia. Además, en Shiki, los chupasangre no son originarios del lugar, son extranjeros europeos, esto para que toquen la vena xenofóbica tan típica en los japoneses, los cuales se abrieron al mundo de mala gana y con una terapia de choque que les aumentó, si cabe, esta aversión hacia lo occidental —al menos durante la época en la que se estrenó Shiki—.

Dicho esto, creo que ha quedado evidenciado la forma en que los monstruos dependen mucho de su contexto para funcionar. El vampiro oriental no sirve en occidente y el licántropo de los setenta no se adapta a los tiempos modernos. Pero, hay algo clave para crear a un monstruo, y es la inspiración en lo humano, en miedos reales todos ellos relacionados con nuestra psique. He de admitir que antes he mentido, sí que hace falta algo inspirado en los seres humanos reales. Puede que el hombre lobo se base en Romasanta y Drácula en Vlad el Empalador, pero lo más relevante es que los monstruos nacen de nuestros miedos como sociedad.

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