Moral dentro y fuera de la ficción

Adán Pagán

Parte importante de la ficción en el folk horror es la preocupación por el bienestar de los personajes principales, las víctimas.

Siempre existe la idea de que “no se merecen esto”, como se explica en los créditos iniciales de La matanza de Texas, merecer es un concepto extraño, tanto como lo es la moral humana. ¿Si alguno de los personajes hubiese sido mostrado golpeando a un animal sin motivo?, quizás Franklin, quien parece muy cómodo hablando del martirio a las vacas en el matadero. En ese caso, ¿el espectador vería su muerte como un evento trágico o más bien como lo adecuado? En otras historias de terror se entiende que los protagonistas se han metido donde no debían.

Todo depende, por supuesto, del framing en la ficción, una acción cambia en función de la dirección, iluminación, guion e incluso otros aspectos dentro de una misma narrativa. En el folk horror, un subgénero que aparentemente no sigue ninguna brújula moral, ocurre lo mismo que en cualquier tipo de ficción fantástica, donde las normas de mundos diferentes siguen las nuestras, ya que, como dijo uno de los ponentes del VII Congreso Internacional de género fantástico, Daniel Pérez Pamies, “entender lo fantástico como la irrupción de lo imposible en un marco natural”. Si estos mundos fantásticos nacen de un marco familiar, es decir, tienen algo que decir de nuestra realidad, su mensaje o su visión de la moral (de aquello que en ese mundo sea “lo correcto”) dejará completamente desnudo de cualquier tipo de abstracción a su creador, cualquier espectador inteligente podrá adivinar qué piensa el autor, e incluso la razón de por qué lo piensa.

En un pequeño apartado aceptaremos que la ficción no siempre busca ser una inagotable fuente de moral, el entretenimiento por la mera diversión existe y tiene su lugar, también las obras cuyos mensajes, o bien son muy interpretativos, o bien no buscan dar mensajes sobre moral (muchas veces porque solo quieren reflejar una realidad), o, en un caso más interesante, porque desde el comienzo se muestra un nivel moral tan bajo que ninguno de sus personajes se atrevería a proclamarse virgen de maldad, como es el caso de una de las películas expuestas hoy, November, de Rainer Sarnet, en la que el protagonista engaña al diablo para tener un esclavo personal, sus personajes son toscos y turbadores y las motivaciones románticas no pueden ser más egoístas.

Regresando a las historias con objetivo de aleccionar a su audiencia, es notable que la ficción, o en este caso particular el fantástico, lleva siglos siendo la herramienta ideal para enseñar valores, la fórmula más sencilla y conocida es la fábula o el cuento, aunque quizás tan o más antiguas sean las leyendas. La leyenda de la tulivieja expuesta en una de las charlas es uno de los mayores exponentes de esta concepción, donde una mujer es castigada por ahogar a su hijo no deseado en el río, ella acaba convertida en un monstruo que busca a su hijo, se lleva a los niños que se le acercan y ataca a los hombres infieles. Esta historia enseña a las mujeres a cuidar de los hijos y a no huir jamás de su casa; a los niños, a ser obedientes con sus padres; y a los hombres, la fidelidad; su historia nace en Panamá y Costa Rica, mas se va desarrollando con el tiempo. Esto lleva no solo a cambios en las formas de defenderse de ella (en la criolla debes rezar una oración específica que es la única que desconoce, en otras versiones te salvarán los granos de mostaza), sino también en aquello que la lleva a esa situación y en los orígenes de la joven, en la cristiana el castigo viene de manera directa por Dios como una voz desde el mismo cielo.

La tulivieja es al mismo tiempo mártir de su propio pecado y juez de otros, como ocurre con los hombres a los que se encuentra, con ello establece su propia visión de la moral que será aquella de quien cuente su historia.

Ni siquiera hace falta cambiar de versión, a veces con hacerlo de temporada es suficiente. Como se ha explicado en otra ponencia, en Embrujadas, una serie sobre un grupo de brujas que cada semana se enfrenta al mal, cuya escritora original, una mujer, dotó a la historia de un sentido de hermandad entre las protagonistas e historias sobre compaginar su mundo fantástico con sus trabajos. Embrujadas tenía una visión muy moderna que promovía a la mujer capaz de realizarse por sí misma y apegada a sus amigas. A partir de la quinta temporada el cambio de showrunner se hizo notar, las protagonistas de repente tenían peleas entre ellas, todas tenían subtramas románticas e incluso, después de un episodio en el que una de ellas se convertía en sirena, con el consiguiente récord de audiencia, la vestimenta cambió completamente buscando cualquier excusa para exponer los cuerpos de las actrices principales a una audiencia cuyo interés en las tramas era mínimo. Por si fuera poco, el final de la serie (que al principio trataba de mujeres trabajando juntas y siendo independientes) acabó con ellas casadas y con hijos.

Todos estos cambios se trasladaron a la producción, ya que años después dos de las actrices del elenco principal admitieron la terrible situación e incluso forman parte del movimiento  #metoo. Este cambio tan drástico en la filosofía de la serie, más notorio en su final feliz, relata un cambio en la moral dentro de su ficción (las mujeres empoderadas convertidas en amas de casa), fuera de su ficción (la sexualización de las actrices) y demuestra que una moral estaba atada a la otra.

Por si queda el atisbo de duda debido al cambio en la producción, el caso de Sinfest, un webcomic que degeneró de una historia de humor sencilla a una verborrea de argumentos conservadores radicales, ejemplifica perfectamente la evolución de la moral de una historia junto a la de su creador. Otra concepción más relacionada con el terror es que no se suele comentar la posibilidad de cárcel o de un castigo diferente a la muerte no por no creer en los sistemas penitenciarios, sino que parte de la base muchas veces con intención apoteósica, nadie quiere ver a Clayton de Tarzán en un juzgado por prácticas en contra del bienestar del medioambiente o ver a Freddy Krueger yendo a terapia. La muerte en estas narrativas es el castigo apropiado (y el estándar) ante un comportamiento negativo que se considera lo suficientemente razonable como para ser un crimen o una acción reprochable.

Ante estos ejemplos queda dictaminado que la visión de la moral en la ficción determina cómo es esta en la realidad y, conforme cambia según el autor o el tiempo, lo hace por causa o consecuencia de la misma en un sistema de retroalimentación del que el espectador solo puede disfrutar mientras intenta averiguar hasta cierto punto las intenciones del autor.

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